Un domingo de junio, de estos calurosos y borchornosos, me aburría en casa pasando calor tumbado en el sofá cuando me entraron unas ganas enormes de salir a la calle y recorrer las históricas calles de nuestra ciudad monumental y pasar las manos por las piedras de san Jorge y por los dorados, ya, pies de san Pedro de Alcántara.
Al vivir cerca del Puente de san Francisco suelo acceder a las Parte Antigua por Santa Clara para dirigirme a San Mateo. Pero se día tenía ganas de variar y entrar por el Arco del Cristo, esa entrada que recuerdo por el cuadro de María Magdalena a los pies de la cruz del Señor y con un jarroncito de geranios.
Al salir a la calle me doy cuenta de que sólo eran las 6 de la tarde y ya era de noche, un poquillo raro para esa época, pero no le di importancia seguramente porque me preocupaba más el calor.
Al vivir cerca del Puente de san Francisco suelo acceder a las Parte Antigua por Santa Clara para dirigirme a San Mateo. Pero se día tenía ganas de variar y entrar por el Arco del Cristo, esa entrada que recuerdo por el cuadro de María Magdalena a los pies de la cruz del Señor y con un jarroncito de geranios.
Al salir a la calle me doy cuenta de que sólo eran las 6 de la tarde y ya era de noche, un poquillo raro para esa época, pero no le di importancia seguramente porque me preocupaba más el calor.
Yendo por el aljibe da la Torre de los pozos me fijé en le Santuario de Nuestra Señora de la Montaña y relucía más que nunca como si algo lo hiciera brillar en esa noche.
Al llegar a la puerta de la antigua ciudad amurallada me dieron ganas de seguir por Caleros, pues la empinada cuesta del Marqués supondría un esfuerzo que la pereza y el calor no me permitirían realizar. Así que seguí por la famosa calle cacereña que es nombrada por la copla de "El Redoble", la calle por donde María entra a nuestra ciudad bajo la advocación " de la Montaña".
Me fijé en una ventanita de una de las casas. Era única, con dos pedestales de cantería a los lados para colocar flores y un dintel en forma de arco apuntado que podría pasar por una hornacina si tuviera algún santo pequeñito. De pronto oigo un ronco sonido proveniente de la montaña, un sonido extraño pero a la vez conocido por todos y que algunos lo temen, el sonido del trueno. Esa voz enfadada que sigue al relámpago, los dos elementos de una tormenta, la luz y el sonido.
Legando ya a la antigua casa donde un vaquero encontró por aquellas sierras de lobos la imagen de la Virgen María, me ocurrió algo...
De repente una pequeña microgota se precipita empotrándose en mi mejilla, le siguen más y cada vez más creando una lluvia comparable a aquella bíblica del arca. A esta lluvia se le sumó un airecillo que levantaba las flores secas de la buganvilla, creando un sonido agudo y metálico que me llevó a imaginar y casi ver a un penitente descalzo y con cadenas en los tobillos, soportando una pesada y maciza cruz de madera como tantos otros condenados justa o injustamente por el águila imperial. La imagen se acercó y me miró como miran tantos penitentes, con esa mirada inexpresiba que permite el berduguillo. Mientras pasaba delante mía sonó un estruendo semejante al de un tambor. Con este sonido vuelvo en mí y vuelvo a sentir la lluvia cayendo sobre mí y las gotas recorriendo mi cara y queriendo entrar en mis ojos.
Mientras corro hacia algún sitio para refugiarme, pienso en la cantidad de penitentes que han pasado por debajo del Arco de la Estrella, pisando con sus pies descalzos las piedras redondeadas de Santiago y arrodillados. todos bajo el Amparo, todos bajo el Manto de una Montaña pequeñita, coronada y con su Señor entre sus brazos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario